El Oro y las Ratas: La Fábula India que Enseña una Lección sobre el Engaño

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La mentira y la verdad: una historia para reflexionar

La mentira y la verdad: una historia para reflexionar Hoy quiero compartir con ustedes una historia que nos invita a reflexionar sobre la importancia de la verdad. Se trata de una fábula muy antigua que nos enseña que las apariencias pueden engañar. La mentira y la verdad eran amigas. La mentira era muy bonita, pero su ropa estaba rota. Algunas personas no la querían porque sabían que mentía. La verdad era sencilla, pero su ropa era muy bonita. La gente la respetaba mucho. Un día, la mentira y la verdad estaban juntas. Hacía mucho calor. La mentira dijo que era un día bonito y caluroso. La verdad miró al cielo y vio que era verdad. Las dos amigas caminaron juntas. Vieron un río con flores. La mentira invita a la verdad a bañarse. La verdad dudó, pero probó el agua y vio que era verdad, ¡el agua estaba muy fresca! La mentira se quitó la ropa y se metió al río. Invitó a la verdad a bañarse también. La verdad pensó un poco y se metió al río con la mentira. ¡El agua estaba muy rica! Mient...

Vocabulario de Construcción en español: Aprende los Términos Esenciales del Sector

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Endimión: El hombre que amaba la Luna

 Endimión: El hombre que amaba la Luna



Él era solo un hombre mortal. Algunos decían que era un humilde pastor, otros, que había sido un rey exiliado, lejos de su verdadera patria. No importaba quién fuese, lo que sí era cierto es que Endimión atrajo la atención de una diosa, una que surcaba el cielo cada noche, observándolo desde la distancia y suspirando por su belleza.

A veces, la veía desde las alturas. Otras, incapaz de contener su deseo, bajaba hasta la tierra para amarlo mientras él permanecía sumido en un sueño eterno del que jamás despertaría.

El joven que miraba la Luna

Se contaba que Endimión era hijo de Etlio, el rey de los Eleos, un pueblo que había migrado al Peloponeso desde Tesalia. Su madre, Cáliz, había sido amada por Zeus, por lo que algunos creían que el joven podía ser un semidiós.

Lo que sí era un hecho es que Zeus lo consideró especial y le concedió un don único: el poder de elegir el momento exacto de su muerte, para que al final de sus días pudiera marcharse cuando se sintiera verdaderamente agotado de la vida.

Endimión creció como un joven de extraordinaria belleza. Heredó el reino tras la muerte de su padre y tuvo varios hijos, entre ellos Epeo, Peón y Étolo. Pero aunque era un príncipe destinado al gobierno, su alma no pertenecía a los palacios ni a la administración de su reino. Lo único que le fascinaba era la Luna.

Noche tras noche, Endimión subía a las alturas del Monte Latmo y contemplaba el cielo. Sus ojos seguían a la Luna sin importar su fase: la miraba cuando su resplandor era completo, creciente o menguante. No le importaba si su luz era débil o si el cielo estaba despejado. Siempre la admiraba, siempre la esperaba.

El tiempo pasó, y la propia Luna comenzó a buscarlo. La diosa Selene lo buscaba entre las sombras, entre las montañas, entre los ríos que reflejaban su luz. La fascinación de Endimión no pasó desapercibida, pues Selene también había comenzado a amarlo.

El amor entre Selene y Endimión

Hasta que una noche, incapaz de resistir la atracción que sentía por aquel hombre, Selene descendió de los cielos y llegó hasta donde él se encontraba. No fue necesario decirse nada. Tanto tiempo observándose mutuamente les hacía sentir que ya se conocían desde hacía años.

Se refugiaron en una gruta oculta y se amaron hasta que la luz del día obligó a la diosa a marcharse.

Pero aquella no fue una historia de una sola noche.

Selene regresó al día siguiente, y al siguiente, y siguió volviendo cada vez que podía escapar de su deber celestial. Endimión continuaba observándola, y ella bajaba de los cielos para acostarse con él, para perderse en su abrazo, para envolverlo en su resplandor.

Sin embargo, los dioses sabían que el tiempo no perdona, y Selene comenzó a temer que su amante, siendo mortal, decidiera usar el don de Zeus para morir a su voluntad. O que, simplemente, pereciera por la frágil naturaleza de los humanos.

Así que la diosa tomó una decisión desesperada. Debía asegurarse de que Endimión no muriera nunca.

El sueño eterno

Selene acudió ante Zeus y le pidió que le concediera a Endimión no solo la inmortalidad, sino también la eterna juventud. El rey del Olimpo aceptó, pero no podía quitarle el don que ya le había otorgado, el de decidir su propia muerte. Entonces, le dio un consejo:

"Si deseas que Endimión te ame por toda la eternidad, haz que nunca despierte."

La diosa, atrapada entre su deseo y su miedo a perderlo, acudió a Hipnos, el dios del sueño, para que sumiera a Endimión en un descanso eterno. Pero cuando el hijo de la noche vio al joven pastor, quedó fascinado por su belleza, comprendiendo al instante por qué Selene lo amaba.

Hipnos no solo lo durmió para siempre, sino que, llevado por su propia fascinación, le concedió un regalo adicional. Endimión dormiría con los ojos abiertos, para que pudiera seguir contemplando la Luna aun en su sueño. O, según otras versiones, para que Hipnos pudiera disfrutar de la dulzura de sus ojos cada vez que lo visitara.

Desde entonces, Endimión quedó atrapado en un sueño inmortal, en una cueva donde Selene bajaba cada noche para amarlo. Hipnos, que también lo deseaba, acudía ocasionalmente para disfrutar de su belleza, aunque el joven jamás reaccionaba. Inconsciente, era adorado por la Luna y el Sueño, los dioses que lo habían convertido en su amante eterno.

Pero no fueron los únicos.

La venganza de Mía

Hubo una tercera que también se sintió atraída por el pastor dormido. Se trataba de una ninfa llamada Mía, quien, a diferencia de los dioses, no quería amar a Endimión mientras él permanecía inconsciente. Quería despertarlo. Quería que fuese solo suyo.

Cada noche, la ninfa se recostaba a su lado y le susurraba dulces palabras al oído, intentando traerlo de regreso a la vigilia. Pero Selene descubrió su intento y reaccionó con furia. Desesperada ante la posibilidad de perder a Endimión, transformó a Mía en una mosca.

La pobre ninfa juró que jamás permitiría que ningún hombre descansara en paz. Como venganza, se convirtió en la primera mosca en la historia, una criatura condenada a molestar y perturbar el sueño de los mortales hasta el fin de los tiempos.

El amor inmortal

Se dice que Endimión aún permanece en su cueva, incapaz de despertar, pero también incapaz de morir. Allí, Selene acude a amarlo en las noches en que la Luna no es visible, abrazándolo bajo el resplandor que ella misma proyecta en la oscuridad.

Algunas versiones aseguran que la diosa tuvo 50 hijas con Endimión, conocidas como las Meneas, representación de las 50 lunaciones que transcurren entre cada Olimpiada.

Así quedó sellado el amor entre la Luna y el Pastor, un amor inmortal, pero condenado a la eterna quietud.

Reflexión sobre el mito

El mito de Endimión es una historia de amor trágico, de deseo y de inmortalidad. Nos habla de la obsesión, de la necesidad de poseer a quien amamos para siempre, aun cuando ello signifique condenarlo a la eternidad sin posibilidad de vivir realmente.

Endimión fue deseado por los dioses, pero su destino no fue el de un héroe, sino el de un hombre atrapado en un sueño del que nunca podrá despertar.